A propósito de Haendel

Muchos pensadores y filósofos han cavilado sobre si todo está o no previsto, tema que angustia mucho a las personas de seso, pues todos quisieran descubrir hasta dónde llega lo escrito y hasta dónde el azar, y si lo que parece dictado es también cosa de capricho, porque no deja de ser chocante que un hombre dude en un cruce de caminos por cuál de ellos torcer y, pudiendo elegir el izquierdo para toparse más allá con su fortuna, decida tomar el derecho donde, a lo mejor, es asaltado por una partida de ladrones que lo dejan medio muerto o, a lo peor, muerto del todo. Según la retórica del gran vienés Leopold Auenburger, que pensó y escribió mucho sobre estas cosas, es mejor no dar demasiadas vueltas al asunto para evitar que nos invada el pasmo absoluto (Miguel Rellán: Seguro que el músico resucita).


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And Hí shal leig fol evel and nevel.



El magnífico blog de los mitómanos iconoclastas, que nos instruye de manera sorprendente sobre aspectos de la música que nos suelen ser desconocidos, nos deleitó hace poco con un no menos extraordinario post sobre le Mesías de Haendel. Esto me trajo a la memoria un patético episodio que me sucedió estando yo en tierras escocesas.

Yo trabajé en la Universidad de Dundee durante casi seis meses, entre Octubre de 1995 y Marzo de 1996. Esta pequeña ciudad industrial está a unos setenta kilómetros al norte de la muy hermosa Edimburgo. Tal cosa la coloca en el mismo paralelo que Moscú. Las corrientes marinas que bañan el estuario del Río Tay, donde está situada la ciudad, no contribuyen mucho a caldear su ambiente, sino más bien a todo lo contrario. Sumen esto a que ese invierno fue el más oscuro desde que los británicos comenzaron a llevar un registro de intensidad luminosa diurna (ciento treinta y tantos años), y sacarán en conclusión que, térmicamente, las pasé canutas.

En tres o cuatro ocasiones, mientras yo estuve allá, el jefe del departamento (un verdadero gentelman inglés) pasó avisando de que las máquinas quitanieve se daban por vencidas y que o nos íbamos ya, o nos quedábamos toda la noche en el laboratorio. Alguna vez me quedé. Había té y galletas.

Por lo general, el staff investigador se las piraba a las cinco como si de una oficina se tratara (qué diferencia con España, donde la ciencia parece tener que ser una religión y no una profesión, y se exige de los investigadores que pringuen por el morro horas y horas y días y días), de modo que me quedaba yo solito campando por el laboratorio. Estaba terminando de fregar una miríada de tubos cuando saltó una alarma en mi cabeza: había una representación del Mesías de Haendel en el Teatro Principal de Dundee… ¿Era hoy, o mañana? Ops. Seguro que era hoy. Tch.

Terminé a toda leche y me apresuré por las nevadas calles (qué pinta de Navidad de verdad, con las lucecitas de colores y los copitos cayendo blandamente), subí las escaleras de la entrada del Teatro y llegué sin aliento a la taquilla, porque casi era la hora del comienzo. La taquillera me miró como si fuera un enajenado («toma, hijo, tu entrada, tampoco es para ponerse así»).

Llegué a tiempo. Uf. Me senté en mi asiento de butaca. A mi izquierda, cuatro niños indiscutiblemente británicos y en el siguiente asiento un padre que los vigilaba. Qué bien, que a los niños los traigan tan pequeños a oír música como ésta. Un mirada a mi alrededor corroboró que había una cantidad de niños enorme. Qué ventaja nos llevan, me dije a mí mismo antichauvinistamente. A mi derecha, una familia de chinos. Delante, más chinos. Detrás, niños. También chinos, por cierto. No había reparado en que la colonia china fuera tan abundante en Dundee. Deben estar trabajando de día y… y bueno, ¿por qué le gustará tanto Haendel a los chinos, ahora que lo pienso? ¿Les harán un precio especial? ¿Hay un día de los niños y los chinos como hay día del espectador o de la pareja?

¿Y por qué no está afinando la orquesta, a todo esto?

Este diálogo interior conmigo mismo duró menos de un minuto (ya dije que llegué a lo justo). Fue lamentablemente interrumpido por un

Chian Chian Pong Pong Chian Chian Pong Pong

¡¡GOOOOONG!!

Bienvenidos al Circo Chino de Pekín.

¿Cuálo?

El Circo Chino de Pekín. Ahn. Así que, al final, lo de El Mesías era mañana. Maravilloso. Porque… no tendré la suerte de que sean los teloneros de… no, déjalo, Microalgo. Relájate y disfruta.

Pero tampoco pude hacer ni una cosa ni otra. Los ejercicios prestidigitosínicos nunca me han llamado demasiado la atención, pero mucho peor fue el hecho de que los asiáticos no tuvieran, precisamente, su noche. Empezó la larga agonía cuando, a tres minutos del inicio, un diminuto chino sucedió a otro en un salto a través de un aro dispuesto a dos metros de altura, pero con menor éxito que su compañero. La gente dijo «Oooooh» cuando el oriental se enganchó una pierna en el aro y se acabó pegando un tremendo jardazo contra el suelo, sonando como si un caballo se desplomara sobre el parquet. Se retiró cojeando, escoltado por dos de sus colegas. Dos números más allá, una de las chicas de un número de equilibrio sobre una barra (afortunadamente horizontal) decidió que ya estaba bien de virginidad y erró el apoyo. «Oooooh». Un poco más tarde se les desplomó una torre humana que tampoco era para tanto (nada cataláunica)… «Oooooh». Y muchos aplausos tras cada baja.

Yo aproveché el descanso para salir pitando de allá, porque si bien ahora puedo reírme como un sádico recordando aquello, por lo general, la gente que falla en público me angustia mucho, a no ser que sean políticos. Y cuando, más que fallar, se desloman, lo paso francamente mal. No sé cuantos acabaron vivos la actuación porque, como digo, me fui en el descanso.

Al día siguiente sí que ofrecieron una buena versión del Mesías (nunca había oído un coro de cuatrocientas personas). Esa vez llegué con más tiempo, para cerciorarme de qué era lo que se representaba.

En fin, feliz año a todos. Ojalá les toque a cada uno una primitiva en solitario.

10 respuestas to “A propósito de Haendel”

  1. carrascus Says:

    Jejejeje… si es que los chinos no son tan de goma como parece… mi hija estuvo currando con El Circo del Sol cuando estuvieron aquí en Sevilla la última vez y cada día venía contándonos nuevas desventuras traumatológicas.

    Espero que la versión de El Mesías fuese menos accidentada.

    Feliz año, amiguete… por aquí nos tendrá para compartir con usted lo que tenga a bien.

  2. Jules Uijttewaal Says:

    Las contorsiones me dan ganas de bailar.

    Saludos micro

  3. alcancero Says:

    Don Micro, bienhallado en este recién comenzado 2008, que al menos le pilla ya de pleno en la función pública. Pero permítame señalarle que creo ha confundido sus fechas de estancia en Dundee. Somos jóvenes, pero ya no tanto.

  4. Microalgo Says:

    Razón tiene, Maese Alcancero. Las fechas ya han sido modificadas. Gracias por la oportuna advertencia.

    Saludos a todos. Cuidado con el break dance, maese Jules.

  5. Glomus Says:

    El Mesías… ahhh!. En el añorado (gracias a las múltiples obras de Gallardón y amiguetes) recorrido tradicional de la Maraton de Madrid, con 41,600 m en las patas y a falta de los 500 finales, justo en la Glorieta de Atocha, alguien implantó la tradición de poner unos altavoces con el «Aleluya» a toda leche y en plan «cinexin» o «non-stop», de forma que el chute de adrenalina te lanzaba volando hacia la meta frente al Prado… Imagino un éxtasis similar en la fría cuna del Talisker. Por cierto, echo de menos esas veladas en El Unicornio. Aunque si me toca una primitiva, en solitario, en cuanto deje de tocarme, tiro pallá.
    Besos atlánticos, Maese Glomus y especies adyacentes.

  6. NáN Says:

    Pues yo creo que se escoñaban a posta para quedarse en el hospital y desde allí pirarse a montar un todo a libra.

    Tanto error no es estadístico, salvo por la presencia de un Agente de la Fatalidad. Claro que, ahora que ato cabos…

  7. Sérilan Says:

    Que los chinos fallen ya me parece extraño pero aún más que me toque una primitiva en solitario, aunque como tengo buena voluntad no me importaría compartirla, el caso es que toque.
    Empieza usted con ganas renovadas Don Micro, se le ve, (bueno se le nota) de buen talante. Si es que esto de estrenar cosas siempre es bueno, aunque sea un año. Besos renovados tambien

  8. Arwen Says:

    ¿Seguro que eran chinos?
    Lo digo porque hace unos días pasé por delante de un supermercado chino que hay en la Calle Nueva y en la puerta estaba una china quinceañera que decía a una chica que estaba a su lado «Aro, illa, yo ya selabía disho a la Lauri, que la mare no laiba a dehá í»
    Aún hoy me cabe la duda si era china o estreñida, porque con ese acento del Cádiz profundo…

  9. Rímini Says:

    Los chinos son, está claro por las atinadas respuestas de los amigos, un misterio insondable, un grupo casi de ficción comparable a los trolls o a los ángeles. ¿Quienes son los chinos? ¿Los que nacieron en China? No, y si no lean la respuesta de Arwen que me precede. ¿Los que tienen los ojos «ahín»?¿Los que ponen tiendas de cachibaches que no cierran nunca, los que sirven platos de pollo sospechosa y milagrosamente tiernos? ¿Los que sólo tienen un niño (varón) pero se multiplican exponencialmente?¿los que nunca aparecen en los listados de defunciones de la seguridad social ni se les conoce cementerio alguno?¿Los que sonrien aunque se les insulte?

    No, para mí, los chinos son «La familia China»: El abuelo y la abuela chinos, el papá y mamá chinos y los doc chinorris del juego de cartas de mi infancia, aquellos que se intercambiaban -presintiendo el mundo globalizado de hoy- con el padre esquimal ó la abuela zulú ó la niña tirolesa. Chinos… ¿O esos eran japos?

  10. NáN Says:

    Por no olvidar las famosas «Naranjas de la Chí-na-ná, Chí-na-ná, Chí-na-ná».

    Y en Madrid, el flamante y esperanciado barrio de San Chinarro.

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