Citas XXIX

Los niños son gilipollas. Como los ángeles (Daniel Pennac: La felicidad de los ogros).


Son tremendos.



Veintinueve posts de citas, ya. Éste, de tema infantil.

Dejadme abrir con una del Guillermo de Richmal Crompton:

—¡Me da náuseas! —confió Guillermo con fiereza a sus Proscritos—. Bueno, espero que si alguna vez empiezo a enrojecer cuando se pronuncie el nombre de alguna chica, alguien me clave un cuchillo en la espalda.
—Yo lo haré —le prometió pelirrojo, servicial.
(Richmal Crompton, Guillermo el atareado).

Y bueno, ya cambiarás, amigo Guillermo. Lamentablemente.

La infancia es, en ocasiones, un territorio idealizado donde la peña es buena e inmaculada:

El hombre noble conserva durante toda vida la ingenuidad e inocencia propias de la infancia (Confucio, 551-479 A.C.).

―¿Estás de broma?
―Yo nunca estoy de broma, no soy un adulto cualquiera.
(Stefano Benni: Margherita Dolcevita).

Y es que las preguntas verdaderamente serias son aquellas que pueden ser formuladas hasta por un niño. Sólo las preguntas más ingenuas son verdaderamente serias (Milan Kundera: La Insoportable Levedad del Ser).

Sin quitarle mérito a Confucio, otros textos no pueden dejar de discrepar de ese concepto de lo infantil:

1ª. La infancia es una época bochornosa de tu vida en la que te duermen con cuentos que no tienen ningún valor estilístico y en la que te pasas el tiempo creyéndote un superhéroe de tebeo, un pirata de Jamaica o un romano de Roma, deformándote de ese modo a efectos ontológicos y dejándote en condiciones óptimas para padecer luego algún complicado trastorno de personalidad, 2ª. la infancia es un timo literario practicado por escritores que han fracasado en su vida adulta y que cifran el paraíso en cualquier pasado calamitoso, 3ª. la infancia es una pérdida de tiempo y una época humillante de tu existencia en la que se te caen los dientes y en la que piensas que las mujeres tienen agujeros en sitios imprevisibles, 4ª. la infancia es una piel llena de ronchas y arañazos, un bote de jarabe medicinal ―con su cucharilla siempre pringosa― y una larga noche de indecisión freudiana, mientras sueñas con el Vampiro o con el Hombre Lobo, según se vayan modelando tus inclinaciones estéticas (Felipe Benítez Reyes: El novio del mundo).

Jamás ha habido un niño tan adorable que la madre no quiera poner a dormir (Ralph Waldo Emerson, 1803-1882; escritor estadounidense).

Y es que a veces la infancia puede ser un verdadero infierno:

Tener una madre tirando a ordinaria que cuando te lleva de compras no tiene ningún reparo en proclamar al mundo entero, aunque el mundo entero se reduzca a Croydon, «¡Éste es mi hijo Esmond!» ya es una cruz; pero que además te conozcan como «un hijo del amor» es poner a prueba la resistencia de tu alma, y no es que Esmod Willey tuviera alma (y si la tenía, no era un alma que se notara mucho), pero la bandada de neuronas terminaciones nerviosas, sinapsis y ganglios que constituían la poca alma que pudiera tener estaba tan revuelta por esas repetidas e insoportables revelaciones que había veces que Esmond deseaba estar muerto. O que su madre estuviera muerta. De hecho, un niño normal y sano habría hecho algo para conseguir alguno de esos dos fines, y con razón. (Tom Sharpe: Los Grope).

Lo que parece claro es que la elasticidad del tiempo de los niños tiene componentes mágicas. Dura muchísimo y se desvanece en un instante.

Qué tontería, ahora que lo pienso. Comparte esa propiedad con el resto de las cosas existentes

Tal vez la infancia es más larga que la vida (Ana María Matute: Paraíso inhabitado).

La eternidad de la infancia es breve, pero él no lo sabe todavía (Michel Houellebecq, Las partículas elementales).

No me simpatizan los textos de Houellebecq, qué le vamos a hacer. Tienen un no-sé-qué de cabrones que no me gusta nada. Y no es que sean más tétricos que otros textos. Por ejemplo, el texto original de Pinocho está trufado de crueldades y necroescenas:

Cuando comprendió que llamar no servía de nada, empezó a dar patadas y cabezazos contra la puerta. Entonces asomó a la ventana una niña muy hermosa de cabellos azules y cara blanca como la cera. Tenía los ojos cerrados y las manos cruzadas sobre el pecho, y sin mover los labios, dijo con una voz que parecía venir de otro mundo:
―En esta casa no hay nadie. Todos han muerto.
―¡Pues ábreme tú! ―le suplicó Pinocho llorando.
―Yo también estoy muerta ―dijo la niña.
―¿Que estás muerta? Y entonces, ¿qué haces en la ventana?
―Estoy esperando a que venga el ataúd y me lleve.
(Carlo Collodi: Pinocho).

De cualquier manera, el territorio de los niños ejerce una clara fascinación sobre muchos escritores (y escritoras). No sé si, al describirlo, el que escribe siente más nostalgia que envidia o más alivio que extrañeza:

Los detalles de una casa y los ruidos de una calle están en su sitio, pero un niño no tiene sitio fijo donde estar, desaparece, busca rincones, sombras, tapias, y aprende a inventar peligros (Luís García Montero: Mañana no será lo que Dios quiera).

Uno sólo sabe el precio del arroz y la madera cuando se hace cargo de una casa; hasta que uno no cría a un niño, no se da cuenta de los sacrificios de sus padres (Viaje al Oeste: las aventuras del Rey Mono. Anónimo).

Todo adulto es un hipócrita frente a una parte de su niñez (Julio Cortázar: Papeles inesperados).

Y bueno, Déjenme acabar con un par de citas de Guillermo. No me digan que esta institutriz inglesa no sabía captar la esencia de la lógica inapelable con la que los niños, sobre todo los más jodidos, nos dejan fuera de juego a la mínima:

—¡Guillermo!¡Ya has jugado a ese horrible juego otra vez! —exclamó la señora Brown, desesperada.
Guillermo, con el traje cubierto de polvo y la corbata debajo de una oreja, el rostro sucio y las rodillas llenas de arañazos, la miró con justa indignación.
— No es cierto. No he hecho cosa alguna que tú me hayas dicho que no haga. A lo que tú me dijiste que no jugara, fue a “Leones y domadores”. Bueno, pues no he jugado a “Leones y domadores”. No, desde que tú me dijiste que no lo hiciera, no lo “haría”… aunque miles de personas me lo pidieran… de ningún modo, después de haberme dicho tú que no lo hiciera… yo…
La señora Brown le interrumpió
—Bueno, pues, ¿a “qué” has estado jugando? —le preguntó con voz cansada.
—A “Tigres y domadores”. Eso es un juego completamente distinto. En “Leones y domadores” la mitad son leones y la otra mitad son domadores. Y los domadores intentan domar a los leones y los leones procuran no dejarse domar. Eso es “Leones y domadores”. Nada más. Es un juego sin importancia.
—¿Y qué hacéis en “Tigres y domadores”? —preguntó la madre con desconfianza.
—Pues…
Guillermo meditó profundamente.
—Pues… —repitió—, en “Tigres y domadores”, la mitad son tigres… ¿comprendes?… y la otra mitad…
—Es la misma cosa exactamente, Guillermo —dijo la señora Brown con brusca severidad.
—No veo yo cómo puedes llamarlo la misma cosa. No se puede llamar “tigre” a un “león”, ¿no te parece? Porque no lo es. En el Parque Zoológico están en jaulas completamente distintas. “«Tigres» y domadores” no puede ser exactamente lo mismo que “«Leones» y domadores”…
(Richmal Crompton: Travesuras de Guillermo).

Por cierto, que al final del relato de donde está extraído ésta última cita, Los Proscritos dinamitan (figuradamente, esta vez, aunque en alguna ocasión el verbo se puede usar literalmente para describir los acontecimientos que se narran en estos libros) una reunión catecumenal de niños buenos y peinados. Sí, exactamente. Jugando a «Cocodrilos y domadores»… Y, a colación de mi acotación, acá va una última. Que levante la mano el que no haya intentado hacer una bomba en casa. ¿Tú? Pues eres un memo.

—¿Cómo lo conseguiremos? —dijo Enrique—. Nadie de mi familia me dará un céntimo. Dijeron que no me daría nada hasta que estuviesen pagadas todas las cosas que rompió mi bomba. Bueno, yo no tenía intención de que explotase hasta que hubiese terminado de fabricarla. Estaba trabajando en ella tranquilamente y de pronto explotó. Bueno, de todas formas hubiera sido una bomba estupenda. De no haberlo sido no hubiera explotado. Yo les dije que debieran alegrarse porque demostraba lo útil que sería en caso de guerra, pero dijeron que sí, que para el enemigo, y cosas por el estilo, y que debía pagar todo lo que había roto, y parece que escogió todo lo más caro que había en la habitación para romperlo… (Richmal Crompton, Guillermo el atareado).

Buen fin de semana. No desprecien a la literatura infantil, que, en ocasiones, contiene joyas como ésta.

12 respuestas to “Citas XXIX”

  1. Ronronia Says:

    ¡Jodo Pinocho! Es lo que pasa cuando no te has leído un libro, que te queda la reinterpretación Disney de la historia y cuando te ponen delante de las naricetas la diferencia te quedas alucinando, como yo ahora. Y a mí Houellebeqc no es que no me guste, pero le leo y me pone de mala gaita, así que no lo disfruto.

    La infancia es esa época en la que los que te rodean no te hacen ni de lejos tan feliz como ellos se creen (y tratan de hacerte creer a ti). Y hoy en día, además, esa etapa en la que no tienes derecho a la intimidad y tus padres van al trabajo y se quejan de que aún te meas por la noche, o cuentas que mientes o lo que quieres para tu cumpleaños, si has robado una goma de borrar o estás retrasado en tu desarrollo (es lo que hacen todos mis compañeros de trabajo). ¡Qué traición, señor! Si un crío se fuera así de la boca y contara cosas parecidas de sus padres, menudo chorreo le caería. Cuando eres niño te superprotegen pero no te respetan. Nunca he echado de menos esa fase, chico.

  2. Portorosa Says:

    Guillermo es genial, absolutamente.

    Y lo de Benítez Reyes no me gusta. Lo siento por él, porque las personas que hablan negativamente de su propia infancia suelen ser (al menos las que yo conozco) unos adultos amargados. Y que conste que él no me lo parece…

    Un abrazo.

  3. Salamandra Says:

    Me han entrado ganas de leer los libros de Guillermo y me ha dado repelús leer lo de Pinocho.

  4. Rímini Says:

    Corbatas de elástico. El gordo de mi clase que me miraba muy mal. Hacerme pis en los pantalones hasta ya muy mayor. Mucha gente dando vueltas por mi casa. Corriendo por los techos-ola de las casetas del paseo marítimo. La regla de madera de Doña Josefina. Un negro que me besa en la cama la noche del 5 de enero. La Susi, es guay la Susi. Los cromos del Álbum de Los Porqué. Chinarro persiguiendo a Fofó alrededor de una mesa. Cuatro croquetas para cada uno. Sol y arena. Mecos de canicas. El Guacheefe. No hay cole porque ha muerto ese del uniforme. El plinton del cole.

    Qué se yo.

  5. Microalgo Says:

    No está mal como resumen. tenemos que hablar de literatura, Usted y yo, Maese Rímini.

    Guillermo es releíble a cualquier edad y en cualquier momento, Maese Salamandra. Hay que ver esa institutriz poliomelítica, qué bien entendía los cerebros infantiles…

    No sé si lo que cuenta Benítez Reyes lo piensa en realidad, Maese Portorosa, o si se lo endilga a su personaje. Con este hombre nunca se sabe. Pero la prosa pirotécnica del tipo siempre es un gustazo.

    Coincido, Dama Ronronia, en su apreciación por los textos de Houellebecq. A mí también me pone de mala leche:

    A partir de cierta edad, una mujer siempre tiene la posibilidad de frotarse contra una polla; pero ya no tiene la menor posibilidad de ser amada. Los hombres son así, eso es todo (Michel Houellebecq, Las partículas elementales).

    Además, tampoco tiene ni puta idea de la vida, el tipo. También estoy de acuerdo en que existe un falta de respeto continua a los críos. Cuando oigo a algún padre (o madre) poner a parir a su hijo, eso sí, con tono de muchísimo cariño, delante de otros adultos (y con el niño delante), me dan ganas de soltarles un «¿y qué esperaban, con la genética tan defectuosa que le han legado?» O algo.

  6. Microalgo Says:

    (Ah, por cierto, les aclaro a los no gaditanos que el guacheefe que menciona Rímini no es más que el UHF, es decir, la segunda cadena de cuando sólo había dos).

  7. Portorosa Says:

    Muy de acuerdo con lo de la falta de respeto a los niños. Aunque no haya «des-respeto», no hay consideración; es como si no existieran, como si aún no fueran humanos. Mi hija a veces alucina, con los adultos que no la consideran, que nunca hablan con ella.
    En cuanto a las descalificaciones provenientes de los propios padres, qué decir…

    Me han gustado los libros de Houllebecq que he leído, pero me han convencido de que no sería su amigo.

  8. Microalgo Says:

    Pues sí, a eso vamos. Tiene que ser un montón de cenizo, el Miguelito…

  9. Manolotel Says:

    Un niño es a un adulto lo que cualquier animal al ornitorrinco: no se acaba de entender aunque se encuentren algunas coincidencias.

    Y estando de acuerdo en que la literatura infantil se idealiza demasiado, lo cierto es que cuando es buena suele dejar huella. El citadísimo Guillermo sería un caso. En general cualquier cosa que excite la imaginación tiene posibilidades de sobrevivir como idea al menos tres segundos en la cabeza de un niño.

    Bonus track:

    De estas cosas que se te quedan en la memoria sin tener demasiado motivo, guardo una canción que viene a cuento. Así que la cuento (otro día pondré la melodía, que hoy no me he traido el metrónomo):

    «El caso es que Pinocho estaba enfermo
    aquejado de grave pulmonía
    y los sabios doctores no sabían
    a quien pedir prestado un corazón.
    Pero entonces vino el Hada protectora
    y viendo que Pinocho se moría
    le puso un corazón de fantasía
    y Pinocho sonriendo despertó»

    Al estribillo:
    «Y Pinocho sonriendo despertó».

    Y en eso estamos.

    Un abrazo.

  10. Rímini Says:

    Recuerde, Portorrosa, aquello que decían Les Luthires… «los niños son seres pensantes… incluso se podría decir que son seres humanos».

  11. NáN Says:

    En el primer caso, lo importante no es que cambie Guillermo, sino que cambie Pelirrojo y no se sienta obligado a cumplir lo prometido.

  12. Microalgo Says:

    Sí, los niños se estropean con el tiempo y olvidan las promesas sanguinarias hechas a sus amigos. Tch. Una pena.

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