Citas XXIV

Para el científico investigador es un buen ejercicio matinal descartar su hipótesis favorita cada día antes del desayuno. Esto le mantiene joven (Konrad Lorenz, Premio Nobel de Fisiología, 1903-1989).


Jopé. Veinticuatro, ya.



La imagen que se suele vender del científico es la de un pirado incurable, asocial, desgreñado y situado tan fuera del mundo real que cuesta trabajo arrancarlo de su sitio de trabajo hasta para darle de comer.

En cuanto a lo de “desgreñado” y en cuanto a la dificultad para darme de comer, creo que no cumplo con el troquel.

Incluso dentro de mi propio lugar de trabajo he tenido que luchar mucho para que se reconozca mi trabajo (a mi curriculum me remito) sin ser un absoluto entregado a la causa científica. Es un trabajo, nada más. Un trabajo que me gusta y me divierte, pero no voy a renunciar a mi vida por él. Sobre todo cuando rindo lo mismo (o mucho más) que otros que dicen no salir del Instituto más que para irse a dormir. Sufridos, ellos.

O muy torpes, más bien, porque si yo rindo lo mismo y además tengo mi vida fuera…

Así que somos humanos, ya digo. Apunta hacia esta dirección (y no sin cierta sorna) el Maestro Eslava Galán…

Por otra parte, un científico, como todo hijo de vecino, tiene todo el derecho a ser vanidoso, a ser excéntrico e incluso a estar chiflado. Aparte de que ningún hombre de ciencia es infalible. De hecho solamente el papa es infalible. (Y hasta la presente ningún papa ha ratificado la autenticidad de la Sábana Santa. Pío XII, en una ocasión, la alabó, pero no hablaba ex cátedra. De haberlo hecho, hubiera sido infalible y todo nuestro razonamiento sería baladí; como católicos, ni siquiera lo habríamos considerado) (Juan Eslava Galán: El fraude de la sábana santa y las reliquias de Cristo).

Y bueno, no podemos saberlo todo y no todo es explicable por la ciencia en este preciso momento histórico…

Los científicos han calculado que hay una posibilidad entre millones de que algo tan manifiestamente absurdo exista de verdad. Pero los magos han calculado que esa posibilidad entre millones se da en nueve de cada diez ocasiones (Terry Pratchett: Mort).

Pero eso sí, la formación científica le faculta a uno para no renunciar a ser clarito con uno mismo:

Y otro pensamiento luchaba fuertemente por desvelar un secreto que alentaba dentro de él, y se repetía: «No quiero saber; no deseo saber nada». Pero sabía (Ana María Matute: Olvidado Rey Gudú).

Hamlet duda entre saber (para no hacer nada) o menospreciar el saber a favor de una vieja costumbre moral que llamamos venganza y que en el fondo es un gesto demasiado fácil y animal. En esa duda radica la grandeza del Hamlet de Shakespeare (Enrique Vila-Matas: El mal de Montano).

Por otra parte, el científico (o el filósofo) también puede hacer una figura cómica cuando se le cruzan los cables o se empeña en mantener una posición sólo porque se le ha ocurrido a él:

Conque, hallándome en éstas, consideré que lo mejor era aprender cada uno de estos puntos de los filósofos. En efecto, creía que ellos podrían decirme toda la verdad. Así que elegí a los mejores, según podía conjeturar por su semblante mortificado, su palidez y sus espesas barbas (y a fe que a primera vista me dieron la impresión de ser grandísimos sabios y ejercitados astrónomos), y me puse en sus manos, desembolsando de momento abundante plata y acordando darles el resto cuando llegara a la cumbre de la sabiduría. Deseaba instruirme como astrónomo y aprender el orden y la constitución del universo. Pues bien: tan lejos estuvieron de sacarme de mi antigua ignorancia que me llevaron a mayores perplejidades, vertiendo diariamente sobre mí no sé qué principios y fines, átomos, vacíos, materias, ideas y cosas de ese jaez. Y lo más grave y molesto de todo era que, sin coincidir nada entre sí, antes bien, defendiendo teorías enteramente encontradas, pretendían convencerme y atraerme cada uno a su doctrina (Luciano de Samósata, 125-181 dC: Icaromenipo o Menipo en los cielos).

En esos casos, lo mejor es reírse.

Gravitación: Tendencia de todos los cuerpos a acercarse entre ellos con una fuerza proporcional a la cantidad de materia que contienen. Curiosamente, la cantidad de materia que contienen se conoce gracias a la fuerza de su tendencia a aproximarse entre ellos. Se trata de una edificante y hermosa ilustración de cómo la ciencia, tras utilizar a A como prueba de B, utiliza a B como prueba de A (Ambrose Bierce: El diccionario del diablo).

Primera Ley: Cuando un anciano y distinguido científico afirma que algo es posible, probablemente está en lo correcto. Cuando afirma que algo es imposible, probablemente está equivocado (Arthur C. Clarke, leyes fundamentales de la Ciencia)

Aún así, estamos en una posición más cómoda que quienes defienden enunciados adquiridos por inspiración divina:

Varias definiciones de Dios han dado origen al dogma de su infinitud, que significa, en términos de información, una diversidad infinitamente grande (lo que puede demostrarse formalmente sin dificultad, ya que la omnisciencia atribuida a Dios, implica, analíticamente, la diversidad, que equivale a un continuum). Ocurre que el hombre, en contacto con Dios, no puede poseer una información infinita, porque él mismo es finito. A pesar de ello, debe acusar el aumento de su caudal informático, por pequeño que sea, delimitado por su capacidad de asimilación mental. No obstante, el balance numérico demostró que los escritos de los místicos eran mucho más pobres que las manifestaciones de las personas que están en contacto con fuentes de información reales (por ejemplo, los investigadores científicos) (Stanisław Lem: Magnitud Imaginaria).

Y no se crean que estamos, los que nos dedicamos a la ciencia, libres de toda mancha, intactos del vil metal, del mercachiflerío de estos siglos tan zumbados:

― ¡He hecho un descubrimiento extraordinario! ―dijo el investigador, más excitado de lo que había estado nunca― ¡Nuestros productos irán 20 veces más rápidos que el mejor de la competencia!
― Tranquilo, tranquilo ― le calmó su jefe ―. ¿Puedes hacer que vayan mas lento?
― Claro, pero ¿porqué? ― pregunto intrigado.
― Para vender el dos veces más rápido, el cuatro veces más rápido, el seis veces más rápido.

(Pedro Fernández Urtasun: Marketing).

Buena temporada alta, amigos. Alta en temperaturas, al menos…

Un abrazo.

4 respuestas to “Citas XXIV”

  1. Salamandra Says:

    … Se supone que estoy haciendo un ejercicio de regresión logística. Pero no sé si se dan cuenta de que no lo hago o disimulan.

    Veo que se ha leído Vd. el libro de La Sábana… entran ganas de hacerse sindonólogo.

    Se supone que también soy un científico y no cuesta nada darme de comer, prefiero estar fuera del trabajo que dentro etc.

    Pero sí que soy un poco rarito.

  2. Microalgo Says:

    Y deberíamos ser elementos habituales…

    En fin. Gracias por el libro, Salamandra. Me reí mucho leyéndolo. Me han dicho que «la religión contada a las ovejas» es también una cosa memorable.

  3. Rímini Says:

    La sabiduría me persigue… pero yo corro más rápido.

  4. Microalgo Says:

    Lo malo es que a Usted lo persigue PARA METERLE MANO, amigo Rímini. Es normal que huya de una sabiduría tan sicalíptica.

    Gracias de nuevo, Salamandra.

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