Lo primero

Como esas conchas de hermoso fulgor irisado, distingues sobre todo en los recuerdos -que no acuden a la mente sujetos al hilo sin roturas del tiempo, sino al de los sentimientos, tan embrollado y quebradizo- adherencias y fulgores particularmente dorados, cuyo origen te es bien conocido (Juan Marsé: La oscura historia de la prima Montse).

Pero qué era ser un niño… ¡ser un niño! Tener todos los caminos y los días ensanchados a lo lejos, adelante, hacia arriba. Todavía ninguno de ellos desperdiciado o del que podernos arrepentir (Gary Jennings: Azteca).


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Mi bisabuela, la Tata Felisa, con los niños
Argentinos. Qué habrá sido de ellos.
Quiénes serían, quiénes serán.



Yo conocí a dos de mis bisabuelas. Las dos vivían en Toledo. Una de ellas, Mercedes, murió con noventa y seis años, sin haber perdido un diente y sin haber necesitado jamás gafas para enhebrar un hilo por el ojo de una aguja. Lo hacía casi sin mirar.

– La abuelita, ya sabes, está ya un poco chocha… – comentaba en un susurro una tía abuela que vivía con ella.

– Tú dame pan y llámame tonto – espetaba desde la cocina, al otro lado del pasillo, la bisabuela Mercedes, que con su (también) finísimo oído, no perdonaba una. Casi la mitad de las frases que decía solían ser refranes.

Sin embargo, fue a mi bisabuela Felisa a quien traté más. La Tata Felisa. Durante parte de mi infancia creí que era mi tatarabuela, por el tratamiento que le dábamos, pero después supe que no, que era la madre de la madre de mi madre.

La Tata Felisa, una extremeña extraordinaria, fue abandonada por su marido. Para sacar adelante a sus hijos (que fueron abandonados, también, con ella), tuvo que emigrar, antes de la guerra, a la Argentina, donde trabajó cuidando niños de gente rica. La foto del inicio, que ha llegado hasta mí gracias a 1) el afán recopilador de la memoria familiar de mi madre y 2) el afán escaneador multimedia de mi padre, nos la muestra con esos remotos niños, de los qué Dios sabe qué será ahora. Trajo de allí pulseras hechas de escamas de alas de mariposa que aún andan por la casa paterna. La recuerdo contando, aún escandalizada, cómo en Argentina se hacía caldo y se tiraba la carne que se había usado para ello, en una época en la que en España se habría asesinado por un filete.

Felisa volvió cuando la cosa estaba muy, muy mal en España, para ayudar a su hija (mi abuela) a cuidar a sus niños. La recuerdo, desde siempre, muy apocalíptica: si ponías un cubierto de más en la mesa, te decía que habías invitado al diablo (¡!), y miraba con recelo el espacio de la Barriada de la Paz donde se edificó lo que fue mi casa en Cádiz durante toda mi vida, hasta que me independicé. Era terreno que se había ganado a la Bahía, y ella entornaba los ojos y decía:

– Un día el mar vendrá a reclamar lo que es suyo, y entonces…

Tal vez anticipaba el calentamiento global.

Hoy la traigo acá porque la Tata Felisa está presente en mi primer recuerdo. Tal vez tengo otros recuerdos de mis padres o de mis hermanos, pero o bien no soy capaz de ubicarlos, o bien los confundo con recuerdos posteriores. Este que les traigo es el primer recuerdo verdadero sellado en mi memoria.

Unos amigos de la familia le cedieron a mis padres una casita en la playa, en un poblacho de pescadores en la costa de Málaga, durante un mes en verano. Corría el verano de 1970, lo que quiere decir que yo tenía dos años y dos o tres meses. Mis padres se trajeron con ellos a la Tata Felisa, no tanto porque hiciera falta como para quitarla del trabajo incesante de la casa de Toledo y darle, así, algo parecido a unas vacaciones.

El pueblecito del que les hablo había empezado, pocos años atrás, a ver cómo cada año iban apareciendo más y más especimenes de una raza nueva en España: los turistas. Pocos años después, esa pequeña población (Marbella) sería ya irreconocible incluso para sus propios habitantes.

Recuerdo con toda nitidez que mi hermano estaba en la arena seca con mi madre y que la Tata Felisa estaba conmigo en el agua. A ella le llegaría por los tobillos y a mí por la rodilla. Súbitamente, mi bisabuela se agachó y recogió algo del agua, entre las olas mínimas del Mediterráneo en calma. No sé qué cara pondría yo ante el tesoro que ella había encontrado. Me lo explicó enseguida.

– Es una estrella de mar, Microalguete.

– ¿?

– Es un bicho que vive en el agua. Por la mano. Verás.

Y depositó esa pequeña estrella de mar en la palma de mi mano. Enseguida noté como los diminutos piececillos (ahora sé que se llaman ambulacros) se adherían a mi piel y se despegaban de ella a voluntad del equinodermo, que empezó a desplazarse lentamente por la palma, hacia los dedos. Yo estaba fascinado. Repentinamente, me preocupó que fuera a morderme: si era un “bicho”, lo más probable es que tuviera boca, y si no la veía por encima la tendría por debajo… como no tardé en comprobar, dándole la vuelta. Pero la sonrisa de mi bisabuela me informó de que no era un animal peligroso. Pasado el momento en el que temí por la integridad de mi mano, me recuerdo con todos los detalles (los ruidos de las olas, y con el olor de la sal, y con el sol dando de pleno, y con el vestido blanco de flores negras de mi bisabuela), absolutamente sorprendido, intrigado, fascinado, por la arquitectura de ese ser vivo, que de no existir por sí mismo no podría haber sido siquiera imaginado por una mente humana. Sin ojos, sin cabeza, sin cola, con una simetría radial y esos rimeros de pequeños pies sincronizados, maravillosamente ordenados bajo los brazos que no eran brazos, y que confluían en un pico de pájaro imposible, un pico formado por cinco partes en lugar de dos. Me faltaba todo el vocabulario del mundo para describir esa maravilla viviente.

– Hale. Vamos a dejarla en el agua, en su casita. Que estaba ahí tan tranquila y nosotros hemos venido a molestarla. Adiós.

Vayan Ustedes a saber si en ese preciso instante se cerraron cientos de miles de válvulas de espacio y de tiempo, las que me podrían haber conducido a millones y millones de destinos diferentes del que ahora vivo, el que me ha llevado por el sendero que he seguido y todo lo que ello conlleva: qué y dónde estudié, qué hice en cada momento, qué dejé de hacer, en qué me equivoqué y en qué acerté, con quién me crucé, a quién amé, qué caminos pisé y cuáles perdí para siempre.

Vayan Ustedes a saber.

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Sí, soy yo. Y en esos días.

16 respuestas to “Lo primero”

  1. Rímini Says:

    Me quito el sombrero, Sr. Inmenso contador de historias.

  2. Microalgo Says:

    Un abrazo, Rímini. Lo que disfrutaría yo si contara Usted…

  3. carrascus Says:

    Hostia… pues cuando yo era chico también me encontré enlas aguas de la playa una cosa que me llamó mucho la atención… una dentadura postiza.

    Con todos los dientes, oiga.

    Pensándolo más tarde, cuando yo también tuve edad para las prótesis dentales y sus facturas correspondientes, me acordé de aquello y no pude por menos que solidarizarme con el dolor que debió sentir el señor dominguero aquél que no cerró la boca con la suficiente rapidez como para que el reflujo del Atlántico le quitase los piños.

  4. Microalgo Says:

    No quiero ni pensar que habría sido de nuestras vidas si nos hubiéramos encontrado (un poné) una hez flotante, dada la aparente correlación inapelable entre lo que encontramos de chicos en la playa y nuestro destino posterior…

    ¿Qué hizo con la dentadura, Carrascus? ¿Le dejaron ponerla encima del televisor?

  5. Margherita Dolcevita Says:

    Ottia qué fuette. Ahora lo entiendo todo…

    Bueno, usted siempre será un cuentista, pero así CUENTISTA con mayúsculas.

  6. carrascus Says:

    Pues no, jejeje… mi madre se la dió a los chicos de la Cruz Roja por si aparecía el sufrido dueño… No quiero ni contarle la cara que pusieron los socorristas ante tan inesperado «objeto perdido».

  7. Zen_Tao Says:

    Monsieur le Comandant!!!

  8. Microalgo Says:

    (Zen Tao encontró en la playa un alijo de hierbecilla con una guarnición de tripis)…

  9. cieso Says:

    Oh, es la máldición del comedor de Loto otra vez. Son muchas las (auto)biografías que uno lleva leídas y en la mayoría de las mismas el fulano/a de turno suele hacer referencia a su primer recuerdo.
    Por más que rebusco en la memoria, no acierto a dar con cuál fue mi primer recuerdo. Lo intento una y otra vez y me estrello contra una nube blanca. Me pasa igual cuando intento buscarme el ombligo, no sé a qué será debido eso. El único recuerdo tangible que guardo es esta vieja muñequera de la Tyrell Co, que no sé qué coño será….

  10. Microalgo Says:

    Pues que sepas que tus recuerdos se perderán como lágrimas en la lluvia.

    Por cieso.

  11. Jules Uijttewaal Says:

    Cieso, un paseito por la muralla china le vendría bien. Si no hace memoria allí, por lo menos habrá recorrido mundo.

    Saludos micro

  12. Zen_Tao Says:

    Lo de monsieur le comandant me ha venido a la cabeza de ver su foto en más puro estilo Cousteaouniano…noniná.
    Mi primer recuerdo… es mu tonto… recuerdo el sabor y el olor y la sensación de bienestar de tomarme un biberón de colacao en Madrid una noche de invierno… frío… mú frío… pero no como el frío de aquí que es húmedo y te cala hasta los huesos, es que el frío de allí es más seco… (hala siempre tiene que venir un gilipollas a decir lo del frío seco de Madrid… ¿de dónde era esa frase?).

    ¿Quieres data?

    Pos data: ¿no le ha parecido que el señor calderón ha estado hoy bastante incómo y/o desconcentrado?

  13. Glomus Says:

    Gracias doy a los clementes Dioses de que el primer recuerdo no condicione el recorrido vital-profesional (¿son conceptos separables?), porque si no este agrónomo amante del estiércol hubiera sido astronauta, cual ansiara la hormiga de Félix J. Palma. Mi disco duro arranca en lo que debió ser el telediario del día siguiente al pisotón de Amstrong (o Aldrin, o Collins, da igual). Por cierto, D. Micro, mi abuela, a la que Vd conoció, también era mefistofélica y refranera («con lo que te dejas en el plato, engorda el diablo»; «a quien come y canta, se le sienta el demonio en la garganta»). Y jamás se creyó lo del alunizaje…
    Besos lluviosos desde la Macaronesia.

  14. Microalgo Says:

    ¡¡La tierra de los macarrones!!

    Abrazos a todos!!

  15. javi brasil Says:

    Los casi siempre misteriosos caminos de Jules me han traido hasta aqui, a esta hora de la madrugada sabatina, prenavideña. Y ha merecido muchisimo la pena.

    Saludos

    Javi Brasil.

  16. Microalgo Says:

    Gracias, Señor Brasil. Espero que sea hora de trasnoche y no de madrugancia.

    Y sí, los caminos del Señor de Uijttewaal es lo que tienen. Arcanos y misteriosos.

    Si pilla Usted vacaciones, que las disfrute. Abrazotes.

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